lunes, 4 de noviembre de 2013

Demasiado frecuente pasa que…

 

Demasiado a menudo eludimos tratar de convencer a quien piensa de forma distinta a nosotros, por un falso sentido del pudor o por algo peor, por complacencia.  Y solemos hablar para los ya convencidos, porque nos negamos a jugárnosla, y  a enfrentar  nuestros argumentos con otros argumentos  ajenos a los nuestros,  motivo  por el que  renunciamos ya  de antemano a poder tener razón, porque llevar esa razón requeriría  de un enfrentamiento al que no estamos dispuestos.

 Últimamente, observo que este fenómeno está pasando cada vez con más frecuencia y que la gente lo repite mucho más ante cada situación que se les presenta, que ya no se esgrimen ni siquiera  argumentos, porque cada uno se calla ante diferentes situaciones que se les presentan,  y yo me incluyo en esa “gente”.  Y si la situación no está a nuestro favor nos retiramos, por eso del “no discutir”  a un silencio y ahí se acabó. Damos por terminada cualquier  situación, sin tratar de exponer ninguna idea, o de convencer sobre algo a la persona que tenemos enfrente eso en cuanto nos percatamos  de que esta piensa diferente  a nosotros. 

Y es que poner sobre la mesa nuestros argumentos nos puede  llevar a meternos en un debate al que no estamos dispuestos a entrar ni a echarle ningún esfuerzo,  si no estamos seguros de poder ganar. Eso ha hecho que cada uno se aísle en sus razones particulares, que nos vayamos separando cada vez más, unos de otros,  que nos interesemos menos en los demás y de las razones que los  demás puedan llevar, importándonos  a cada uno solo nuestra vedad, que no por ser nuestra es  la única ni es la real, es la que nadie nos va a rebatir nunca, porque no nos atrevemos a discutirla con nadie más, porque no nos atrevemos a confrontarla, porque nos estamos haciendo egoístas hasta para pensar y razonar…

Consuelo Ruiz.
 


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