Demasiado a menudo eludimos tratar de convencer a quien
piensa de forma distinta a nosotros, por un falso sentido del pudor o por algo
peor, por complacencia. Y solemos hablar
para los ya convencidos, porque nos negamos a jugárnosla, y a enfrentar nuestros argumentos con otros argumentos ajenos a los nuestros, motivo por el que renunciamos ya de antemano a poder tener razón, porque llevar
esa razón requeriría de un
enfrentamiento al que no estamos dispuestos.
Últimamente, observo que
este fenómeno está pasando cada vez con más frecuencia y que la gente lo repite
mucho más ante cada situación que se les presenta, que ya no se esgrimen ni
siquiera argumentos, porque cada uno se
calla ante diferentes situaciones que se les presentan, y yo me incluyo en esa “gente”. Y si la situación no está a nuestro favor nos
retiramos, por eso del “no discutir” a
un silencio y ahí se acabó. Damos por terminada cualquier situación, sin tratar de exponer ninguna idea,
o de convencer sobre algo a la persona que tenemos enfrente eso en cuanto nos
percatamos de que esta piensa
diferente a nosotros.
Y es que poner sobre la mesa nuestros argumentos nos puede llevar a meternos en un debate al que no
estamos dispuestos a entrar ni a echarle ningún esfuerzo, si no estamos seguros de poder ganar. Eso ha
hecho que cada uno se aísle en sus razones particulares, que nos vayamos
separando cada vez más, unos de otros, que nos interesemos menos en los demás y de
las razones que los demás puedan llevar,
importándonos a cada uno solo nuestra
vedad, que no por ser nuestra es la
única ni es la real, es la que nadie nos va a rebatir nunca, porque no nos
atrevemos a discutirla con nadie más, porque no nos atrevemos a confrontarla,
porque nos estamos haciendo egoístas hasta para pensar y razonar…
Consuelo Ruiz.
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