Imagen compuesta por: Sergio Augusto Vistrain
Muchas veces nos suele pasar que, al cruzarnos con las personas, sin detenernos
a mirarlas a los ojos, sin conocerlas, sin hablar con
ellas y solo con una simple mirada, y solo basándonos en su apariencia, sacamos
una impresión. Y con esa impresión les colgamos una etiqueta, o le ponemos un
adjetivo, dejándonos llevar por la carga de prejuicios que cada uno llevamos de
una, o de otra manera, las cuales nos limitan para que no seamos objetivos. No
nos interesa escucharles y solo nuestra opinión parece ser suficientes para
juzgarles.
¿Pero, qué sabemos nosotros en realidad de cada ser humano;
de sus miedos, de sus luchas, de sus fracasos o de sus triunfos? Yo creo que
nada, o muy poco, para poder valorarlo y poder entenderlo. Y, sin embargo, sólo
vemos ese reflejo, en esa primera vista y nos perdemos del resto.
Pero, para poder ver la realidad, hay que aprender a
observar, y hacerlo sin juzgar; simplemente mirando lo que tenemos delante de
nosotros, sin colgar etiquetas y sin prejuicios.
Puede ser parecer difícil de creer en los tiempos que
vivimos, pero todavía existen alrededor nuestro, personas que viven con valores
y principios tan importantes como los nuestros. No se puede negar el mal que
hay en el mundo, ni la maldad de muchos seres humanos, pero también hay gente
buena y nunca deberíamos juzgar a nadie por las apariencias.
A este mundo le hace falta amor, esperanza, compromiso, y si
cada día nos sumáramos más personas a formar un mundo más sensato, más justo,
más tolerante y menos violento… juntos podríamos hacer un mundo mejor para los
que vienen detrás.
Para cambiar, o transformar la historia, se necesitan
hombres y mujeres que sean capaces de ponerse de pie, y de levantar la voz para
defender sus ideales.
Y es que, al final, lo que verdaderamente importa no es
mirar de dónde vienes, sino fijar la vista hacia dónde quieres llegar y poner
en ello el corazón.